viernes, 15 de agosto de 2014

CARNAVAL ROSARINO - Cuento

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EDUARDO BIANCHI

El tiempo de verano estaba casi terminando. El rojo del almanaque nos anunciaba que el feriado de Carnaval estaba muy próximo. Comenzaban unos días de fiestas y desenfrenos para los  mayores, pero en nuestra cabeza de niños solamente cabían las murgas y los juegos con papel picado, serpentinas y globos con agua, un verdadero festival de alegría que año a año esperábamos con ansias.
Don Esteban Berruti, el fletero del barrio y suegro de mi tío Lalo, adornó la caja de su camioncito con flores, colocó una guirnalda con luces pintadas de colores que pegaba la vuelta completa a la caja y le colocó sillas atadas al costado para poder pasear por el corso y tirar papelitos picados y serpentinas. Estábamos invitados los chicos del barrio para compartir el corso. El habitualmente serio de Don Esteban parecía un chico mas, gozando por anticipado del plan de participar de la fiesta. Como todos los años el corso se realizaría en el parque Independencia, en Rosario. Corría el año 1946 y se podía decir que sería un corso muy feliz porque la 2ª. guerra mundial había terminado pocos meses antes. Los inmigrantes, que eran la mayoría, tenían todos parientes involucrados en mayor o menor grado con la guerra y sus desgracias. Por eso este carnaval sería el de la alegría por ser el primero que pasaríamos en paz desde que empezó la guerra en 1939.
El día sábado por la tarde nos pintamos la cara con corchos quemados y lápiz labial rojo y nos pusimos ropa raída, varios números mas grande para acentuar lo ridículo a la que adherimos  trozos de tela multicolor ubicados sin ton ni son y sendos sombreros a cual mas extravagante. Cuánto mas ridículos quedáramos mejor. Cargamos unos globos llenos de agua y los colocamos dentro de baldes, también conteniendo agua, para que no se rompieran. Serían nuestras “balas” para el momento en que se produjeran las guerras entre los de la vereda y nosotros que iríamos en el camión.
Habíamos estado ensayando con la murga que formamos en la cuadra cantos “cuasi obscenos”, como era la costumbre de la época. Luego, antes de salir para el corso recorrimos a manera de práctica un par de cuadras visitando a los vecinos mas propicios a la diversión. Los componentes teníamos entre 7 y 12 años. Con la dirección del Kelo, el letrista: que era el mas grandote y alto con sus doce desarrollados años, cantamos frente a varias puertas, recibiendo propinas por nuestros osados cantos. En la casa de Alí – el turco – cantamos “El turco es un tipo bueno, que nos tira moneditas, pero sería rebueno, si fueran de 20 guitas”. Y el generoso turco sacaba varias monedas de 20 y las tiraba dentro del sombrero del Choli, que la iba de tesorero.
Visto el éxito de la gira quedamos en salir los 4 días de carnaval. Ahora, cuando ya eran las ocho de la noche nos subimos todos al camioncito y custodiados por dos mayores nos fuimos al corso. Muchos teníamos antifaces, otros caretas y los mas las caras pintarrajeadas.
Partimos hacia el parque, distante apenas 10 cuadras y comenzamos la ronda del corso. Había mucha gente porque el corso duraba escasas 4 horas – hasta las 12 de la noche  - . Abrió la marcha la carroza principal que llevaba al rey momo, como siempre el inefable Aragón, un cuarentón casi enano que se encaramaba en la carroza hasta instalarse en el trono y con un seudo manto de armiño blanco con pintas negras y un cetro, reinaba impartiendo saludos a todos los presentes. Lo que la gente le gritaba a veces eran burlas que él, como buen rey ignoraba olímpicamente.
Comenzamos a dar vueltas y vueltas con el camioncito bajándonos de vez en cuando, ya que iba a paso de hombre, para tirarles papelitos a algunas niñas de nuestra preferencia. Llegó un momento en que fuimos atacados con pomos de agua y nos defendimos con los globos de agua. Se armó un tole-tole mayúsculo, gastamos toda el agua y nos mojamos totalmente las ropas. Nuestros adversarios estaban también empapados. Nos secamos con las toallas que llevábamos y cuando tiraron la bomba anunciando que eran las 12 de la noche nos fuimos rápidamente para casa.
Al día siguiente llevamos a una murga del barrio llamada “Los cacarélicos”, desfilaban envueltos en papel higiénico y tomaban cerveza dentro de “tazas de noche” (las famosas escupideras que se ponían debajo de las camas para evacuar aguas o algo mas). Fue algo muy impactante y produjo grandes aplausos en el recorrido.
Una murga muy aplaudida era la de “los cirujanos” que consistía en estudiantes de medicina con guardapolvos enchastrados con rojo sangre y portando bisturíes groseros y esqueletos
Así transcurrieron los corsos del parque Independencia con gran algarabía de todos. Mientras nosotros con la murga de chicos del barrio seguimos cantando por las  tardes y recaudando dinero para la fiesta final. La hicimos el miércoles de ceniza y consistió en un asado con gaseosas. Las gaseosas eran algo especial en esos días de 1946 pues se conocían pocas marcas…la Bidú, una botella con formas femeninas con un líquido negro espeso parecido a un fernet pero dulce y sin alcohol. También había naranja Crush. La Coca Cola no se vendía en Rosario por la ley bromatológica. El asado lo hicimos en el corralón de la media cuadra y sentados en fardos de pasto seco lo comimos con gusto. Fue un acto de independencia y aunque un tío mío fue el asador, nosotros nos arreglamos solos y sacamos ese día patente de personas grandes.
Esa noche comenzó la Cuaresma y los que éramos religiosos no comeríamos carne los viernes hasta la Semana Santa. Comenzaban también las clases y nos esperaba un duro trajín ya que, por aquellos tiempos, íbamos de lunes a sábados incluidos.
Pero la alegría del Carnaval nos iba a durar todo el año, añorando sus payasadas y sus juegos inocentes. Un recuerdo que me acompaña hasta hoy y que resulta inolvidable.
Muchas veces, con muchos de los protagonistas ausentes ya, cuando paso por el frente de la casa de don Esteban  me  parece verlo preparando  el  camioncito y cargando los globos con agua y puedo casi palpar su cara irradiando felicidad cual un niño – que siempre lo fue en su fuero íntimo.
¿Habrá Carnaval en el cielo?
FIN.


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