viernes, 15 de agosto de 2014

.LA CORTADA DE LAS CORTADAS - Cuento

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EDUARDO BIANCHI

La tarde iba muriendo despaciosa y sosegada. La avenida Boedo, habitualmente llena de tranvías que transportaban obreros y carros con mercancías provenientes de las barracas de Puente Alsina, se iba quedando medio vacía. No pocos de los tranvías terminaban su turno diario y entraban en la estación ubicada a solo una cuadra de la cortada de San Ignacio. En la esquina noroeste de esta emblemática cortada estaba el famoso Trianón, donde recalaban los intelectuales que acudían todas las noches al “Biarritz” para asistir a la peña “Pacha Camac” que se encontraba en su terraza. No iban sólo por pasar el tiempo, también los guiaba el interés gastronómico que constituía el patrimonio mas exquisito del Trianón, el famosísimo sándwich de pavita, un manjar irresistible del Buenos Aires de aquel entonces. Las charlas que se escuchaban en sus mesas casi siempre estaban relacionadas con las nuevas obras teatrales presentadas en la peña y en la renovada y creciente tribu de intérpretes, uno mejor que el otro, que luego de esta experiencia consagratoria, casi siempre terminaban triunfando en la calle Corrientes. Esa noche justamente la obra presentada sería interpretada por un todavía joven Pepe Arias, un monólogo llamado “Elogio del empleado de pompas fúnegres”. Pero la cortada de San Ignacio también tenía un designio fatal. Sus adoquines fueron testigo de muchos duelos surgidos por entredichos generados por las faldas. No había noche en que la presencia de señoritas de buen porte no fuera causa de disputas entre los caballeros galantes, que acudían justamente para conseguir los favores de tales damitas ligeras. La peña, el Trianón, el café Del Aeroplano en San Juan y Boedo, los bodegones cercanos a la avenida Independencia y la bohemia de los personajes que vivían en la zona, proveían del indispensable material masculino para que estas peleas fueran cosa de todos los días. Muy pocas eran a muerte, por lo general terminaban cuando alguno  recibía algún tajo y desistía de su machista intento. Aquella noche, Juan, el enamoradizo galán que obtenía los favores de Margot, una veinteañera de profundos ojos negros y mas que cimbreante cintura, llegó a su bulín de la calle Colombres. Subió la escalera, entró al cuartito reducido que era todo su mundo, se sentó en la cama y se preparó un mate. Sorbió concienzudamente, degustando el sabor de esa yerba tan sabrosa que le conseguía su compadre Miguel y esperó… No pasaron diez minutos cuando se escuchó el sonido de los taquitos diminutos y felinos de Margot subiendo las escaleras. Finalmente un leve toque a la puerta confirmó su llegada y Juan, lleno de alegría sintió renacer su gran pasión. Entró Margot y tras un largo beso de bienvenida comenzaron a prodigarse caricias y demostraciones propios del gran amor que los unía. No había pasado media hora cuando Margot le dijo que su patrona, la señora de edad para la que trabajaba, la necesitaba temprano esa noche y se marchó. Un mundo de sospechas comenzó entonces a invadir la cabeza de Juan. Varios días después confirmaba lo temido. Margot vivía en un departamento que pagaba un político de apellido Lagorio. Celoso y lleno de furia, Juan primero encaró a Margot, enrostrándole su traición y luego desafió a Lagorio a tener un duelo por la dama. Quedaron en encontrarse el sábado de madrugada en la cortada de San Ignacio. Ese día a la una Juan aguardó a Lagorio quién llegó en un auto manejado por su chofer y acompañado de dos secuaces. No pasó mucho tiempo para que se trenzaran en una pelea feroz, empuñando sendos cuchillos. Juan era mas ágil y eludía los puntazos con mucha habilidad. Lagorio no se quedaba atrás, su pasado de matarife en los mataderos lo habían entrenado en el uso del cuchillo y la humanidad de Juan corrió serio peligro un par de veces. De golpe, un descuido de Lagorio le permitió a Juan lograr alcanzar la barbilla de su adversario que quedó sangrando. Los acompañantes de Lagorio lo asistieron y rápidamente desinfectaron y vendaron la parte afectada. Lagorio se dio por vencido y luego se retiró en su coche. Juan quedó solo, meditando, pensando en su frustrado amor, con una sensación de vacío que el silencio de la cortada de San Ignacio tendía a aumentar y a dramatizar. Caminó hasta llegar a su cuartito de la calle Colombres, subió la escalera y descubrió que había una tenue luz adentro. Sacando el cuchillo nuevamente se aprestó a rechazar algún ataque. Para su sorpresa allí lo esperaba Margot. Entre sollozos le contó que había tenido que aceptar a Lagorio para sobrevivir, pero cuando lo conoció a Juan su vida había cambiado, quiso dejarlo pero no podía zafar de él. Continuó diciendo Margot que había abandonado el departamento adonde vivía, pagado por Lagorio. Juró que amaba a Juan  y que quería quedarse a vivir con él para siempre. Juan, aún tenso por el duelo, no pudo ni supo responder nada. Tomaron un par de mates y luego se durmieron sin quitarse la ropa. Soñó que vencía a un dinosaurio, pero que finalmente era a su vez vencido por una bella mujer… Cuando despertó miró a Margot, dormida a su lado y se preguntó…¿Gané o perdí el duelo en la cortada de San Ignacio?. La vida se iba a encargar de la respuesta. Todo pasaría, pero la cortada de San Ignacio perduraría como fiel testigo del tiempo pasado. Si no me crees…la puedes visitar. Allí te espera…no te sorprendas si te cruzas con algún fantasma que lleve una cicatriz en la cara. Puede ser Lagorio. FIN    




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